El sello del
autoritarismo
Isael Petronio Cantú Nájera
Una vez que fueron derrotados y dominados los aztecas, los
españoles impusieron su modelo monárquico: un solo hombre cuyo poder descendía
directamente del poder de dios. Cada español hizo lo que quiso con los pueblos
nativos y si la mezcla al paso del tiempo generó el mestizaje de hoy, fue tras
una larga noche de conquista y depredación; de imposición y destrucción de los
mitos del otro y la trasmutación hacia los mitos judeocristianos. Poder
patriarcal, deísta, al que no se le puede reclamar ni objetar nada porque es
todopoderoso.
Con la independencia vino un remedo de República que asimiló
las peores pesadillas que los hombres y las mujeres tienen del poder: Su alteza
serenísima: Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de
Lebrón ¿Alguien le dijo a ese hombre que no era alteza y mucho menos
serenísima? Nadie. Gobernó el país en seis ocasiones y lo hizo como le dio la
gana y cuando fue derrotado en Texas, firmó acobardado, para liberarse, el
Tratado de Velazco, que trajo luego la firma del ominoso tratado
Guadalupe-Hidalgo y finalmente la venta de la Mesilla.
La sistemática venta de los bienes nacionales a lo largo de
los últimos treinta años, si bien existe una república con sus tres poderes,
sigue siendo la inercia de poderes autoritarios que se concentran en la figura
del presidente. No existe referente alguno que nos señale que el poder
presidencial tenga como basamento la sabiduría del gobernante y su ejemplo de
recta política ética; quedan en el imaginario colectivo solamente la figura de
Benito Juárez y de Lázaro Cárdenas, fuera de ahí: los complejos y la ansiedad de
los demás presidentes son resaltados porque los intentaron resolver desde el
poder, desquiciando a la República.
Esa matriz ladina, anclada en el poder brutal del padre
español violador de la chingada madre, hace que la conducta de nuestros
políticos, mujeres u hombres, sea neurótica, ahora de trastornos de la
personalidad; en las que se manifiestan la disociación, las parafilias y
disfunciones sexuales o de control de impulsos como la cleptomanía… roban y no
se dan cuenta… creen que son de izquierda pero son del PRI… creen ser
sexualmente eficaces y atractivos pero son anorgásmicos y acomplejados por su
fealdad.
Por supuesto que la psicología es poco usada en el análisis
político y desde éste, se espera que el político sea congruente con su
discurso… no va más allá de la superficie discursiva, ni menos rasca en los
deseos reprimidos del político. Es ejemplar ese cuaderno encontrado en la
bodega del indiciado exgobernador Duarte, donde su esposa repetía maniacamente:
“Si merezco abundancia, si merezco abundancia, si merezco abundancia”, mientras
en el suelo veracruzano una guerra de baja intensidad cercenaba a la población
y la pobreza extrema aniquilaba a otros en medio del aquelarre de la
corrupción.
En el relativismo de todas las conductas, ¿cuántos
escribimos en la página blanca de nuestro inconsciente: si merezco abundancia.?
Digamos que todos, máxime educados en la promesa teológica del cielo y como
castigo el infierno, que por salud preferimos consciente o inconscientemente ir
al cielo.
¿A dónde van los políticos cuyo trastorno es la disociación
de su personalidad o la cleptomanía que les permite robarse todo? En medio de
una sociedad donde está degradada la república, donde hay carencia de
gobernanza democrática y no existe una ciudadanía participativa, puede sin duda
alguna: llegar a gobernar y desde el poder realizar todos sus deseos
inconscientes, por muy pervertidos que sean.
Por ello, necesitamos superar esos anclajes autoritarios y
antidemocráticos y avanzar en la convivencia de nuevas sociedades solidarias y
tolerantes con el otro; cuyo entramado legal no represente la barda que todo
mundo quiere romper o brincar, sino las reglas de una convivencia armoniosa que
permita el desarrollo armonioso de la personalidad.
Romper la legalidad y aparentar ser legal; exigir la
democracia siendo autoritario; autoproclamarse solidario despreciando al
“otro”, ha sido el bagaje que se aprehende en la sociedad capitalista que
aliena al hombre como una mercancía más, sujeta del deseo inconsciente de
todos.
Esta mella en la conducta humana tiene significancia en la
medida de que el sujeto tiene más poder que otro: si el presidente o la
presidenta hacen de la corrupción una virtud, ¿por qué no puedo yo ser virtuoso
así?
La normalización de las conductas que corrompen la
administración pública, las relaciones sociales y en general la política,
logran en momentos de grandes crisis de las sociedades el entronizamiento de
modelos como los de Hitler y Mussolini.
¿Podría haber diferencias entre las conductas de los
políticos que se auproclaman de izquierda y de derecha, siendo la matriz
cultural predominantemente autoritaria y proclive a la corrupción? Sin duda que
sí. Corresponde a la izquierda ser un movimiento más racional y objetivo, que
trascendiendo o sublimando los “complejos” se plantee la construcción de un
nuevo Estado, una nueva cultura y un ser menos alienado; por supuesto, y de eso
se trata este artículo: ningún militante que se autoproclame de izquierda lo
será plenamente si no sublima sus complejos que se nutren desde su infancia en
la cultura patriarcal y corrupta.
De ahí, que muchos dirigentes que corrompen su función lo
siguen siendo y no encuentran resistencia alguna, porque los otros,
inconscientemente: ¡Quieren ser como él o como ella!
Sin duda el reto es grande, pero eso es justamente el
devenir de los pueblos y la construcción cada vez más humana del hombre:
sublimar y resolver sus complejos y construir una sociedad más libertaria, más
democrática y por qué no: ¡Más feliz!
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