Foto IPCN: Un millón de plantas de café, ha sembrado la COCYP que dirige Yuyo Bandala en Misantla. Generan economía para las familias y además, ayudan a regenerar el medio ambiente. |
Ir de Xalapa a Misantla, pasando por Naolinco resulta una
experiencia estimulante y estresante a la vez. El viaje es de dos horas y
aunque la carretera está en magníficas condiciones, pues recientemente se
arregló, su diseño y acotación, es serpenteante pegada a las faldas de los
cerros, de tal suerte que las curvas son insoportables y algunas francamente
dramáticas… pero eso no es todo; estando en la vertiente oriente de la Sierra
Madre Oriental, su bosque es de niebla, de tal suerte que en algunos tramos se
pierde el horizonte y pareciera que está uno en medio de las nubes sin poder
ver nada salvo el algodonoso vapor de agua.
El piso eternamente mojado vuelve resbaladiza la cinta
asfáltica y el riesgo de derrape mantiene los nervios de punta y el pie
constantemente en el freno.
Sin embargo el paisaje lo compensa todo, los verdes entran
por la pupila como oleadas de vida y si el viaje es a la salida o la puesta del
sol, su vista esporádica entre las gargantas de los cerros, ilumina el bosque
con el oro de sus rayos; en las gotas colgantes de las hojas, espléndidos
diamantes quiebran la luz en minúsculos arcoíris y donde la niebla se abre por
jirones, pareciera que albos borregos apacentan entre las fincas de café.
Perdido el miedo al manejo en la temeraria rúa, la charla es
constante y las exclamaciones de asombro ante tanta belleza, se convierten en
alabanza como si de un milagro se tratara. Hablar, dialogar, rememorar y verse
en el futuro de manera más bondadosa, enrosca al tiempo y lo hace más corto.
Así, mi amigo Raúl y yo llegamos al rústico arco de bienvenida que Misantla
otorga a los intrépidos que lograron sobrevivir el vaivén de su camino.
Foto IPCN: Miles de plantas de café Costarica, son cuidadosamente seleccionadas y sembradas. |
Era un compromiso y los compromisos se honran en los hechos.
Tres días atrás, en la globalizada Xalapa, en plática de café, donde el brebaje
era muy malo por cierto a pesar de su rimbombante nombre “bola de oro”; Obdulio
Bandala, mejor conocido como Yuyo, nos había invitado a visitar los viveros de
la cooperativa que dirige, donde cultivan plantas de café.
Su vehemencia por consolidar la cafeticultura en la región,
me obligó a comprometerme a viajar hasta allá, llevando periodistas o amigos
que estuvieran dispuestos a colaborar en el proyecto. Mis amigos de la prensa,
por motivos varios se disculparon, otros amigos ocupados o convalecientes de
igual modo lo hicieron, y finalmente solo dos llegamos hasta el vivero.
La sorpresa, algo más que sorpresa, hizo que desapareciera
el intenso viaje: ahí, en un predio de más de una hectárea, perfectamente protegido
por mallasombra, un tejido de plástico que deja pasar, en este caso el 50% de
la luz solar, estaban como rígidos soldados, como formaciones organizadas de
moléculas de vida, generadores puros de oxígeno: ¡Un millón de plantas de café (Coffea arábica)
nos miraban con sus tiernas y esmeraldas hojas!
Si la naturaleza prodigiosa nos obliga a arrodillarnos
frente a sus portentos; la cooperación del hombre y ella, nos debe obligar a
sentir realmente una hierofanía.
Era verdad, ahí estaban, uno tras otro, hasta juntar mil
veces mil pequeñas plantas de café, cuyos frutos debidamente procesados, no
solo espantan el sueño, sino las pesadillas y ayudan al mundo a que esté
despierto, piense y exista.
Los días de lluvia se manifestaban en los constantes arroyuelos
que corrían a la vera del camino, la tierra húmeda y el paso de más doscientas
gentes al frente del vivero, la entrada de camionetas y de carretillas, habían
logrado crear una excelente mezcla de barro que tampoco nos arredró y cámara en
mano, procedimos a tomar registro fotográfico del evento.
Rústicas mesas, atendidas por compañeras de la misma
cooperativa, checaban listas y con credenciales del INE verificaban que
correspondiera con cada uno de los beneficiarios, hombres y mujeres, porque a
cada uno le correspondían 300 de esos arbolitos para que resembraran sus fincas
y su producción no disminuyera; además, con una ganancia genética sustantiva:
la variedad CostaRica es más resistente al temible hongo de la Roya (Hemileia vastatrix o Urediniomycetes)
que el arábigo original.
Foto IPCN: Campesinos y campesinas, asistentes a la entrega d plantas de café para resembrar su finca. |
Actualmente México, exporta más campesinos que café; cuando
hace treinta años el café era el segundo producto de exportación, después del
petróleo, que contribuía a traer más divisas, dólares principalmente, a las
arcas nacionales. Décadas de políticas neoliberales aupadas en la corrupción
terminaron por abandonar el agro, lanzaron a la pobreza a millones de
campesinos y como correlato: miles de hectáreas sembradas de café fueron
abandonadas o tiradas para sembrar otros productos o de plano hacer desarrollos
inmobiliarios… de paso, en todo el mundo, el desarrollismo, el industrialismo,
la sobreexplotación de monocultivos, destruyó bosques y calentó a la tierra
hasta tenernos al borde de un Apocalipsis zombi.
Brasil y Vietnam producen más del 50% del café y México
ahora, solo produce: el 3.07%, pero además, quedó controlado por un reducido
número de terratenientes en detrimento de miles de pequeños productores, que
paradójicamente al migrar hacia los Estados Unidos se convierten en los
auténticos generadores de divisas al mandar dólares a sus familias, mientras los
terratenientes explotan a los pequeños productores y no generan divisas.
Pero algo más importante aún del cultivo del café. Casi
todas las variedades requieren de sombra para su mejor desarrollo y esto
significa que las fincas tengan un techo de árboles de mayor altitud que crea
un bosque, de tal suerte, que son auténticas máquinas convertidoras de CO2 en
Oxígeno, contribuyendo con ello a evitar el efecto invernadero de ese gas y que
está provocando el calentamiento global… sin embargo, la finca de café no se
concibe como bosque, sino cultivo y eso le impide que pueda, el dueño o la
dueña, recibir apoyos, tanto nacionales como internacionales como sí lo reciben
otros campesinos que pueden demostrar que son dueños de bosques.
Ante el inminente cambio en el gobierno, la cooperativa que
dirige Yuyo, se ha trazado el objetivo de incidir en las políticas
agropecuarias y gestionar ante el Poder Legislativo local y federal para que la
finca de café se reconozca como un “bosque integral” que no solamente produce
el café, sino beneficios ambientales que evitan el calentamiento global, de tal
suerte que una parte del presupuesto se aplique para apoyar a que los
campesinos no “tiren” su bosque cafetalero.
Tomamos café de olla, platicamos con la gente que entusiasta
ve con buenos ojos que su modelo social de organización está dando resultados y
que es capaz de convocar de buena fe y voluntad la ayuda de gente de la ciudad
cuya experticia versa sobre el café… recorrimos otros viveros, nos llenamos de
lodo hasta la cabeza y con ello, llegó la tarde y los compromisos: cursos para
el uso integral del bosque de café, cursos de catación, cursos para integrar
nuevas variedades de árboles de sombra, adjuntar animales que den otro
beneficio al campesino, gestionar ante autoridades convenios para instalar
puntos de venta: ¡dignificar la vida de la familia campesina!
Foto IPCN: Obdulio Bandala. |
Antes de iniciar el retorno, en un agradable y rústico
restaurante, nos invitaron a comer el platillo típico de la ciudad:
“Empapatadas”. Es un platillo formado por varios guisos y que es un homenaje,
al lonche, almuerzo, al desayuno, que los campesinos, antes de la era del
toperuer (tupperware) y en la actualidad siguen llevando en su morral, hoy
mochila, para la finca donde lo comerán llegada la hora del hambre.
La Papatla ( Canna indica L.) es una planta
de hojas largas que se ha utilizado desde antes que los españoles trajeran el
plátano al continente y ha servido para envolver los alimentos… de ahí el
término derivativo de “empapatadas” aunque siguiendo las reglas debería ser:
“empaplatadas” pero su dificultad fonética lo terminó simplificando.
En un cuenco de hojas de papatla, al fondo se acomodan cerca
de una docena de tortillas bañadas con frijoles de la olla, refritos, molidos
sin secar tanto, después se agrega cecina, trozos de longaniza, luego otro
nivel de huevo frito y finalmente queso. Todo, debidamente tapado por las hojas
se vuelve a calentar, de tal suerte que al abrirse, los vapores de la mezcla
generan un apetito feroz. Acompañado de una espesa agua de guayaba, la comida
fue un opíparo banquete.
Los abrazos, la alegría, la amistad que la tierra nutre, los
despidos y compromisos de retorno, fueron el postre de un día luminoso, humano,
de construir una Utopía o el retorno a la feliz Arcadia.
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