martes, 16 de abril de 2013

Los dioses de la Democracia


El Tajín y los dioses de la democracia.


Isael Petronio Cantú Nájera


Bajo un sol abrazador (38ºC) llegamos a Papantla cabecera del municipio del mismo nombre, donde reside el corazón del Totanacapan, porque unos kilómetros adentrándose en la selva, rala, pero selva, está el majestuoso, arcano, religioso centro precolombino de El Tajín. No me crean, pero, vayan y siéntense frente a la pirámide de los 365 nichos… cierren los ojos, tápense lo oídos y abran el corazón. Primero van a oír al Chénchere golpeando los cedros, taladrándolos para hacer su nido o espantar insectos en cuya huida los atrapa y se los come… después la suave brisa irá poniéndote la carne chinita, de gallina, después oirás tu corazón cuyo tic-tac se armoniza con el golpeteo del pájaro… luego, como el barrunto del mar, oirás el sonido del caracol convocando a reunión de todos los dioses ¡No abras los ojos, porque los dioses en su poder no se dejan ver y se van!. Luego cuando del susto repentino, vuelvas a apretar los párpados, se clavará en tu oído el trino melodioso de la Primavera, que guardada en la ramazón de la guásima, abrirá la opertura para que los Tajines bajen. No dejes salir tu corazón de la boca, cierra bien los dientes, no te pares, hazte piedra, no te muevas, aunque tiemble la tierra y escuches la voz atronadora del dios del viento, se tú el asiente pétreo y eterno del Tajín.
Abre los ojos de tu mente y cuando veas a los invencibles guerreros etéreos, ya no bajes la mirada, se uno de ellos; no te dirán nada, porque tú sigues siendo piedra y sólo es tu alma la que está emparentada con su poder… y sólo entonces podrás ver la gran tragedia cósmica del origen del mundo donde el fuego, el agua, la tierra y el aire, luchan, pelean, se juntan, se aparean y terminan exhaustos produciendo la estirpe humana… tu sigues ahí, volando como suave brisa, puedes colarte en el iris multicolor de los penachos; puedes cortarte sutilmente con la oscura obsidiana de su desastrosa arma; lo que no podrás hacer será levantar los megalitos de la gran ciudad ¡Eso es sólo tarea de dioses!, cuida de que no te atrapen en lo nichos, porque si eso sucede…¡Nunca podrás abrir los ojos, ni los del cuerpo ni los del alma!. Cuando extasiado veas la obra concluida, regresa a ti, quédate quieto, recupera al chénchere y al corazón, sopla, sopla quedito pero largo, casi sin quedarte con aire y luego aspira profundo, largo, sostenido y ve abriendo los ojos lentamente, mirando una a una cada piedra, sus formas, las manos que las tallaron, las que las acomodaron, los ojos que las miraron, los corazón palpitantes y sangrantes que prestaron vida y color al Tajín y entonces… sólo entonces, cuando estés viendo realmente todo: sabrás que tu eres ¡Dios!
De esa estirpe encontramos arrejuntada un centenar y medio de personas, su calor corporal aumentaba varios grados el calor del sol, estoicos, aguantadores, esperaron a que iniciara el curso-taller sobre derecho electoral. Cuando iniciamos, la tenue luz del proyector hizo ver el fotograma de la Pirámide de los Nichos y cada uno de ellos, respiró fuerte, sorbió el poder de los dioses y se preparó a aprender las reglas de un juego que es peor que el de la Pelota que jugaban sus ancestros; en aquel, las reglas del honor y la justicia, la vida misma, servían para regular el orden del mundo, en éstas, en las del Código Electoral, se escondía la infamia y la injustica, un ordenamiento oscuro y enredado como tela de araña cuyo fin es atrapar a la víctima haciéndole creer que juega: pero siempre es la víctima propiciatoria. Fuimos desencocando el enrevesado código y tomamos como hilandera la hebra para hacer un conocimiento a la medida de la necesidad del proceso electoral, descubrimos los principios rectores para garantizar que el voto cuente y se cuente bien, pero lo mejor; nos armamos con el conocimiento de los recursos para enfrentar el fraude… salimos noche, seguía el calor… a lo lejos el cielo tronaba y sendos rayos caían sobre la tierra, eran los dioses diciéndole a los mortales: ¡abran los ojos; sean dioses!.

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